El día que un error cambió su carrera: aprender del fallo

“No sé qué pasó, lo tenía todo… y fallé”

Nunca olvidaré la mirada de Alex aquella tarde. Tenía 15 años, y acababa de perder la final más importante de su temporada. Entró al vestuario con los ojos vidriosos, las manos apretadas, la respiración entrecortada. No había palabras, solo silencio.

Cuando me senté a su lado, lo único que me dijo fue: “No sé qué pasó, lo tenía todo… y fallé”. A veces, un error no duele solo por el resultado, sino por lo que nos hace creer sobre nosotros mismos. Y ese fue el punto de partida de un proceso que transformó no solo su manera de competir, sino su manera de verse a sí mismo.

El error como espejo, no como sentencia

En el deporte, el error se vive como una traición. El cuerpo falla, la mente se bloquea y el ego grita. Muchos deportistas; jóvenes y profesionales, creen que el fallo es una prueba de debilidad, una mancha en su carrera o una amenaza a su identidad. Pero lo que suele doler no es el error en sí, sino lo que interpretamos a partir de él.

Como Coach Mental, he visto cómo un error puede destruir la confianza o, por el contrario, construirla. Todo depende de la lectura que el deportista haga del suceso. Cuando el fallo se convierte en juicio (“no soy lo suficientemente bueno”, “ya no valgo para esto”), el deportista se encierra. Pero cuando se transforma en espejo (“¿qué puedo aprender de esto?”, “¿qué parte de mí no estaba preparada?”), entonces el error se vuelve maestro.

Alex, por ejemplo, no perdió aquella final por falta de técnica. La perdió porque no soportó la idea de fallar. Su mente se llenó de ruido: el marcador, el entrenador, las expectativas. Quiso controlar todo… menos su respiración y su diálogo interno. En coaching mental deportivo, esto es clave: no se trata solo de entrenar habilidades, sino de entrenar significados.

La relación con el error empieza en casa

Para los padres de jóvenes deportistas, el error de sus hijos puede ser emocionalmente intenso. A veces, sin querer, amplifican la presión con frases como “no pasa nada, pero tenías que haber metido ese gol” o “la próxima vez no puedes fallar eso”. Aunque se diga con amor, el mensaje que recibe el joven es: “mi valor depende de mi acierto”.

El rol del padre o madre no es eliminar el error, sino enseñar a convivir con él. En mis sesiones como Coach Deportivo, suelo decir algo que incomoda al principio: “El error no se corrige, se asimila”. Es decir, no se trata de borrar la falla, sino de integrarla en el proceso. Un deportista que aprende a observar su fallo sin miedo desarrolla una fortaleza mental que ningún triunfo inmediato puede darle.

Muchos padres me preguntan: “¿Cómo puedo ayudarle a que no se frustre tanto?”. La respuesta no está en protegerle, sino en acompañarle. Después de un error, lo que el deportista necesita no es consuelo rápido, sino espacio para reflexionar. Preguntas como “¿qué aprendiste hoy?” o “¿qué harías diferente la próxima vez?” ayudan más que cualquier sermón. Ahí empieza el verdadero coaching mental en familia.

El error tiene un doble rostro: uno que duele y otro que enseña.

El poder de reinterpretar

El error tiene un doble rostro: uno que duele y otro que enseña. La diferencia está en la interpretación. En psicología del deporte se habla de “atribución del error”: la tendencia a buscar una causa que explique lo que ocurrió. Si la causa es externa (“el árbitro”, “la suerte”, “el campo”), el deportista se aleja del aprendizaje. Si la causa es interna pero constructiva (“no estuve concentrado”, “me dejé llevar por la emoción”), aparece la mejora.

Por eso, en coaching mental trabajamos mucho con el concepto de “autodiálogo”. Lo que el deportista se dice después de fallar determina la dirección de su crecimiento. Alex pasó de frases como “soy un desastre” a otras como “no estuve presente en ese punto”. Parece un matiz, pero ese matiz cambió su carrera.

Reinterpretar el error no significa justificarlo. Significa darle un contexto más amplio. En toda carrera deportiva habrá momentos de acierto y otros de tropiezo, pero lo que marca la diferencia es la capacidad de mantenerse en el proceso. Como dice Novak Djokovic: “No me define un partido. Me define cómo vuelvo a entrenar después de perderlo”.

Una parte esencial de la motivación deportiva es aprender a tolerar la frustración.

Aprender a fallar: el entrenamiento invisible

Una parte esencial de la motivación deportiva es aprender a tolerar la frustración. No basta con desear ganar; hay que estar dispuesto a perder sin romperse. Por eso, en mis programas de coaching mental deportivo, suelo incorporar lo que llamo “entrenamientos invisibles”: ejercicios que preparan la mente para el error.

Uno de ellos es el ensayo del fallo. Antes de una competencia, pido al deportista que visualice una situación donde algo sale mal: un penalti fallado, un pase interceptado, una salida lenta. El objetivo no es atraer el error, sino practicar su reacción. Cuando la mente ya ha ensayado el error, el cuerpo deja de temerlo.

Otro ejercicio es el registro de aprendizajes: después de cada entrenamiento o partido, el deportista anota tres cosas que hizo bien y una que quiere mejorar. Esta simple práctica desplaza la atención del juicio al progreso. Deja de ser “fallé otra vez” para convertirse en “esto aún puedo trabajarlo”. Esa diferencia mantiene viva la motivación deportiva incluso en los momentos más duros.

El fallo deja de ser una amenaza y se convierte en una oportunidad de crecimiento. Y cuando eso ocurre, el deportista deja de huir de sí mismo. Empieza a confiar.

El día que el error se volvió maestro

Meses después de aquella final, Alex volvió a competir. Pero esta vez no buscaba demostrar nada. Me dijo antes del partido: “No quiero jugar perfecto, quiero jugar presente”. Ese cambio de intención fue su punto de inflexión. Perdió algunos puntos, sí, pero nunca perdió la calma. Y cuando finalmente ganó, no lo celebró con euforia, sino con una sonrisa tranquila.

Años más tarde me escribió: “Gracias por enseñarme a no tenerle miedo al error. Ese día entendí que mi carrera no cambió porque fallé, sino porque decidí aprender del fallo”.

Esa es la esencia del trabajo de un Coach Mental: ayudar a los deportistas a transformar la herida en sabiduría, el fallo en foco, la frustración en motivación. Detrás de cada error hay una oportunidad de construir carácter, autoconocimiento y resiliencia.

Si eres padre o madre de un deportista joven, recuerda: el error no es un enemigo que hay que eliminar, sino un compañero que enseña. Cada fallo, bien gestionado, fortalece el carácter. Cada vez que acompañas a tu hijo a mirar su error con calma, estás ayudándole a construir una mente preparada para la vida, no solo para el deporte.

Y si eres deportista, grábate esto: el error no te quita valor; te da dirección. No temas al fallo, porque sin él no hay progreso. Como decía Michael Jordan, el jugador que más ha fallado en la historia de la NBA:

“He fallado más de 9000 tiros en mi carrera. He perdido casi 300 partidos. 26 veces confiaron en mí para el tiro ganador y fallé. He fracasado una y otra vez en mi vida, y por eso he tenido éxito.”

El día que un error cambió su carrera no fue el día en que perdió… fue el día en que entendió que no necesitaba ganar para seguir creciendo. Porque en el deporte, como en la vida, solo aprende quien se atreve a fallar.

 

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